Tabla de contenidos
Cambiamos la forma de
cuidar a las personas
mayores
Cotizar membresía >

Tengo un nido vacío y un hueco en el estómago

De niña me dijeron que no hay mejor terapia que escribir, escribir aquello que vivimos y también aquello que dejamos ir, después de que mis hijos se fueron de casa me encontré con la necesidad de seguir hablando, pero mi esposo no siempre escucha y yo todavía tengo mucho que decir, y por eso lo digo aquí, este es mi espacio, y hoy quiero compartirlo contigo, mi nombre es Esperanza y yo también quiero saber de ti. 

Lo confieso: pensé que estaría preparada. Al fin y al cabo, los hijos se tienen para darles alas y que encuentren su propio rumbo. ¿Para eso tenemos hijos? Supongo. Pero ahora que la casa quedó en silencio, me descubro frente a un espacio demasiado grande, demasiado quieto… y con más eco que la Catedral de Notre Dame. No sé todavía qué hacer con él: ¿ensayar ópera?, ¿poner una cancha de padel?, ¿organizar carreras de carritos de súper?

Admito que guardo la esperanza de que mis hijos todavía me necesiten como cuando se caían y se raspaban la rodilla. No estoy deseando su fracaso, claro que no… solo quiero que un día me llamen para preguntarme cómo se descongela el pollo sin envenenar a la familia, o si la ropa blanca va con la de color (la respuesta es NO, por cierto). Un abrazo de vez en cuando también estaría bien, aunque sea digital y con emojis sospechosos.

Cuando los hijos se van: reflexiones y consejos

Ayer platiqué con mis amigas y descubrimos que todas compartimos el mismo mal: el del nido vacío. Algunas hasta han pensado en mudarse a un lugar más pequeño, pero… ¿qué se hace con todos esos recuerdos? Yo ya tengo tantos guardados en cajas que podría abrir un museo: “La Exposición Permanente del Calcetín Perdido y la Cartulina de Último Minuto”. Entrada gratis para mayores de 18, porque los menores corren riesgo de trauma escolar.

Pero hablemos del silencio. Mientras tomo un café recién hecho, noto que es tan grande que hasta escucho al refrigerador suspirar y cómo envejecen las papas en la alacena. Y la lavadora… la lavadora me mira raro. La misma mirada que solían darme mis hijos cuando yo decía “la chaviza” o cuando les preguntaba a qué hora habían llegado y cómo se llamaban los papás de sus amigos, como si eso de verdad importara.

Y entonces me descubro deseando ruido. Ruido que apague los pensamientos de mi cabeza, las mismas emociones que antes me sacaban de quicio: verlos andar con esa parsimonia por la casa, sin prisa, sin ganas, esperando un mañana, y yo gritándoles “¡vive!”. Ojalá no me hubieran hecho tanto caso y siguieran aquí, botados en el sillón o en mi cama, viviendo de a poquitos.

He pensado incluso en pelearme con la vecina, pero ella también tiene años con su propio nido vacío. Eso sí, su casa cobra vida cuando los hijos llegan y le tiran a los nietos sin siquiera preguntar si tenía planes. ¿Llegaré a tener nietos? Porque necesito un poco más de ruido.

Si esto sigue así voy a tener que adoptar un perro, dos gallinas y un mariachi. Mi primer intento fue adoptar tres plantas, pero siento que ellas también me ignoran… igualito que mi marido. Él dice que a él no le importa el nido vacío, pero a veces lo sorprendo sentado al borde de la cama de nuestros hijos, y pienso: ¿en qué se nos va la vida?

En gritar como desaforados: “¡volviste a reprobar química!”, “¡vas a llegar tarde otra vez!”, “¡no me gusta ese chamaco con el que andas!”, “¡cómo te puedes vestir así!”, “¡quita esa música del infierno!”. En todo eso se nos fue. Y ahora, lo único que quiero es gritarles: “¡por favor, vuelvan a casa!”.

Estoy llenando mi nido vacío

Pero bueno, alguna vez vi en la tele que para ese hueco en el estómago un Snickers era la solución. Mientras me lo como, camino a mis nuevas aventuras: me inscribí a clases de pintura, luego a un par de baile. Y sí, descubrí que lo mejor para este silencio es mantener la agenda ocupada y, sobre todo, el corazón abierto.

Sí, mis hijos se fueron de casa, era lo que tocaba vivir sus propias aventuras… y a mí otra vez me toca descubrir las mías. Este nido vacío no es silencio, es espacio, un lienzo en blanco y tengo todos los colores en mis manos, quiero llenarlo con nuevas risas, proyectos y una que otra clase de baile.

¡Estoy aprendiendo a disfrutar mis silencios!, a leer por más tiempo, a pedir comida a domicilio. Hoy me río con mis amigas, porque un nido vacío es un cofre lleno de oportunidades: risas inesperadas, aventuras propias y la libertad de reinventarme cada día. Y tú, ¿cómo llenarías tu nido vacío?, escríbeme a monologos@koltin.mx

Autora:

Esperanza - 65 años, madre de tres hijos que se fueron de casa y esposa de Gustavo que se la pasa leyendo el periódico todas las mañanas.